sábado, 25 de abril de 2009

Miguel Ángel: Arquitecto



La arquitectura de Miguel Ángel

El genial florentino se inició en la arquitectura por encargo de los Médici con la fachada de la Capilla de León X de Castel Sant'Angelo de Roma en 1514. En 1515 León X le ordenó un concurso para realizar la fachada de la Basílica de San Lorenzo en Florencia. Ideó un tipo innovador de fachada templaria, enriquecida con estatuas, pero el Papa detuvo la empresa en 1520. Ese mismo año le encargaba la construcción de la Capilla Médici o Sacristía Nueva. Su estructura es similar a la Sacristía Vieja de Brunelleschi: un espacio cúbico con cúpula encasetonada. Miguel Ágel trata las superficies, articulación y órdenes de un modo licencioso e innovador, y funde escultura y arquitectura en un todo. En 1524 diseña la Biblioteca Laurenciana, también en San Lorenzo, formada por el salón de lectura y el vestíbulo, donde prosiguen las novedades de su lenguaje arquitectónico. También diseña las defensas de la ciudad en la guerra contra los Medici y el emperador Carlos V (1529).
En 1534 se fue a Roma, donde pasó el resto de su vida. Reordenó la Plaza del Capitolio (1539), haciendo un espacio trapezoidal, con un impresionante dibujo en el suelo, cuyo centro es la estatua romana de Marco Aurelio. Remodeló el edificio fortificado del Palacio del Senado, creando su actual fachada con la gran escalinata, sus balcones y el potente orden corintio. También modificó el Palacio de los Conservadores, con su actual fachada de orden corintio gigante. El piso inferior jónico adintelado sobre columnas que cobija un soportal, y el piso superior con balcones. Cerró la plaza trazando el Palacio Nuevo, que es una réplica del de los Conservadores: por la zona occidental dispuso una balaustrada y la gran rampa conocida como cordonata. En esta plaza se usó por vez primera el orden colosal en edificios civiles, y se creó un espacio urbano donde jugaban un papel esencial las estatuas clásicas que en él se integraban.
Miguel Ángel se encargó también de remodelar las puertas de Roma, pero sólo hizo la Porta Pía, que quedó inconclusa hasta el siglo XIX.
Pero el gran reto de Miguel Ángel fue la prosecución de San Pedro. Las muertes de Antonio da Sangallo el Joven y de Giulio Romano en 1546, sucesores de Bramante y Rafael al frente de la nueva fábrica de San Pedro del Vaticano, provocan que el papa Paulo III nombre a Miguel Ángel como nuevo arquitecto. El genial florentino consiguió arrumbar el proyecto de Sangallo (al que sus enemigos habían tildado de “gótico”, el peor insulto que se podía dedicar a un artista en el Cinquecento), modificar las cimentaciones y quedar con las manos libres para hacer su propio diseño.
Volvió de nuevo a la planta central con cuatro brazos iguales, jerarquizado todo por la gran cúpula sobre tambor, flanqueada por cuatro pequeñas en sus diagonales. Los brazos de la cuz acaban en grandes ábsides, y en los pies un pórtico columnado, nunca definido. Cuando muere parecía que la obra estaba a punto de concluirse, pero al no estar resuelto el problema de los pies, la vieja discusión de iglesia central o longitudinal siguió abierta. Miguel Ángel concibe su proyecto a partir de potentísimos muros y pilares, articulados por pilastras corintias, engarzándose unos con otros con un efecto plástico hasta entonces nunca alcanzado, todo ello a escala colosal. La cúpula se alza sobre un tambor opaco, con potentes contrarrestos con columnas pareadas y ventanales en los lunetos. La media naranja, proyectada de doble casco, no era tan apuntada como la que ejecutó posteriormente Giacomo della Porta.
Miguel Ángel mostró con su arquitectura las posibilidades inagotables del lenguaje clásico, llevando al límite las posibilidades inventivas y de imaginación, como ya dijeron sus contemporáneos y se plasma en obras como la Capilla Sforza en Santa María Maggiore de Roma con sus angulaciones, o en Santa María degli Angeli; pero a la vez, violentando intencionadamente los órdenes dio paso a la licencia, al capricho y a la bizarría, iniciando así una corriente en la que los aspectos peculiares de cada artífice, la "maniera", son capitales, dando paso a la individualización del lenguaje clásico, que por su propia esencia es universal e impersonal.



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